Ernesto Priani

El acto de pensar

El otro día Tere Rodríguez y yo nos detuvimos en clase a observar que si bien los escritores han dado cuenta de muchas formas del acto de escribir -existen muchísimos documentos en que describen cómo, cuando, a qué hora, de qué forma se escribe- los filósofos han dejado muy pocos testimonios de qué se hace y qué debe hacerse para pensar.

Ambos impartimos una clase en posgrado sobre historiografía de la historia de la filosofía. Lo que nos ha llevado a detenernos, entre otras cosas, en el asunto de las biografías de los filósofos. En las que hemos examinado hasta ahora y en otras que tenemos en mente, no se explica cómo el filósofo piensa en términos de las condiciones materiales con las cuales se lleva a cabo el acto de pensar.

El asunto tiene que ver con un cuestionamiento de fondo a la historiografía de la filosofía que ha supuesto, al menos hasta hace muy poco, que pensar es una especie de acontecimiento atemporal (si, estamos, entre otros, echándole una mirada a Hegel), por lo que su historia, esa especie de “materialización” de su acontecer, solo tiene como ejes la vida de los filósofos y su asociación con la biología. El pensamiento madura, o es joven, o decae… Pero nada se dice cómo las circunstancias materiales de esa vida pueden condicionar el pensamiento: desde los dolores de cabeza, como el acceso a los libros, las herramientas de escritura, las formas de reconocimiento de la obra filosófica y tantas otras. Pensar, parece, es algo que ocurre más allá de este mundo.

Tere recordaba una anécdota contada sobre Luis Villoro en un homenaje reciente a este filósofo trasterrado. Este por las tardes llegaba a casa y se recostaba en un sillón y cerraba los ojos. Esa era la indicación de que estaba pensando -y no durmiendo una siesta, como creían sus hijos. Sus mejores ideas -si en efecto así pensaba- se le ocurrieron a la mitad de la sala.

Me es difícil, y puede que lo sea para todos, imaginar que pensar sea un acto, como el de besar a alguien o el de bañarse. Es cierto que pensamos en las circunstancias más singulares: cuando manejamos, al caminar, en la ducha -cuando no cantamos-, poco antes de dormir, al despertar… Pero muy pocas veces pensamos filosóficamente en esas circunstancias. La filosofía requiere de una cierta organización del pensamiento y por lo tanto de un tiempo determinado, de ciertas condiciones del entorno, de algunos instrumentos de registro, de insumos que lo propicien y lo enriquezcan (la conversación, la lectura, la contemplación). Por supuesto, últimamente hemos reducido el pensar al escribir -y reducimos la filosofía a género literario peculiar (a lo mejor eso es lo que ocurre hoy).

En todo caso, estoy convencido de que aprenderíamos mucho de una historia de la filosofía que se preguntara por las condiciones materiales en que se produce el pensamiento y los medios de los que se valían los filósofos para pensar.

 

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