Ernesto Priani

Guía de Perplejos

Para qué sirve la filosofía

Después de años de evadirlo, terminó en mis manos el libro de Jorge Portilla, la Fenomenología del relajo. La obra me decepcionó, y no encuentro aun razones que expliquen su continua publicación y relativa fama, salvo quizás la tratar un tema popular como el relajo, con una de las metodologías más obtusas que ha dado la filosofía, la fenomenología. Sospecho que si no fuera por esta monstruosidad, difícilmente hubiera despertado algún interés. Portilla, sin embargo, es uno de los representantes del grupo Hiperión, y en un pequeño texto publicado en Excélsior y recogido en la Fenomenología del relajo responde a la insidiosa pregunta de para que sirve la filosofía.

 

Jorge Portilla

Artículo sin titulo originalmente publicado en

Excélsior, 18 de enero de 1959.

 

Un inteligente amigo me espetó hace días esta pregunta: ¿Para qué sirve la filosofía? Yo me quedé de una pieza y confieso que estuve a punto de contestar: “para nada”. Creo que si no lo hice fue porque una elemental vergüenza inconsciente me lo impidió. En realidad la respuesta es sencillísima y constituye también un escandaloso lugar común. La filosofía sirve para comprender. Sucede que el hombre es un ser de tal índole que no puede vivir si no comprende su vida. Pero sucede también que la filosofía es una comprensión en la que desempeña un papel esencial la persona misma que la ejercita. La pregunta de mi amigo podía ser contestada de una manera por Carlos Marx o Vladimiro “Lenin”. La Unión Soviética es hija y nieta de una filosofía particular. Es tal vez una de las pocas realidades auténticamente oriundas de la filosofía que podemos encontrar en el mundo actual. La misma pregunta hubiera podido ser contestada desde otra región de la cultura, por ejemplo, por Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz. La mística española es una experiencia fundada en una concepción filosófica del universo. El Mahatma Ghandi hubiera podido contestar también a la pregunta de mi amigo. Toda su obra está fundada sobre el principio de la más crasa elementalidad filosófica, a saber: que la realidad  sólo es accesible a través de la verdad y que por lo tanto, sólo estando en la verdad nos es dable modificar la realidad. Tal parece que la filosofía es un instrumento cuya eficacia depende de quién lo maneja. Por otra parte creo que sería imposible encontrar un hombre que no ejercite de alguna manera una comprensión filosófica de las cosas. Los únicos hombres a los que la filosofía no parece enseñarles nada son ciertos profesores de filosofía.

Comentario

Preguntarse para qué sirve la filosofía es más bien tonto. Pero en este país, la tontería es de lo mas frecuente. De vez en vez, y de tanto en tanto, alguien que cree estar poniendo en entredicho a tradición humanista occidental, la formula para regatearle unos cuantos pesos a quienes la producen o la cultivan. Por eso yo siempre la he tomado como una pregunta impertinente, que inquiere por una justificación que es tan estúpida como innecesaria. Primero porque es el tipo de justificación que demanda alguien que no comprende el sentido y el valor de la cultura en su conjunto, y por lo tanto será incapaz de comprender cualquier respuesta que se le dé, incluso aquellas en la que se muestre que la filosofía, como cualquiera del resto de las humanidades o de las artes, no es que sea necesaria para algo sino que se da como resultado de la propia existencia de los pueblos. Segundo, porque su intención al formular la pregunta es más bien mezquina y pragmática, y espera una respuesta en pesos y centavos, y no una larga reflexión sobre el pensamiento y la vida. Por eso, al igual que Portilla, yo quisiera poder responder a la pregunta sobre para qué sirve la filosofía, con la sencilla fórmula: para nada, con la intención evidente de ridiculizar la pregunta misma.

Portilla, como antes Caso y con él los Ateneístas como Pedro Henriquez Ureña, o incluso previamente, personajes como José María Luis Mora, se sintió con la obligación de ofrecer una respuesta. Una respuesta tan breve como elocuente, pero que a fin de cuentas responde a una misma mala conciencia: la del filósofo que cree que este país aun exige que probemos nuestra valía y nuestra relevancia, que justifiquemos nuestra existencia ¿Por qué no podemos renunciar a esa mala conciencia? ¿Por qué seguimos cultivando la idea de que donde hay una enorme pobreza o problemas sociales complejísimos, no debe haber filosofía? ¿Por qué seguir pensando que somos una especie de “privilegio” innecesario en una nación que necesita tanto?

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