Escribo con una enorme emoción. De esas que te embargan cuando no dejas de pensar en las mil cosas que se puede hacer y que no estás haciendo aun, pero que deberías pensar en hacerlas pronto. La culpa de que escriba arrastrado por ese entusiasmo es una semana plena, llena de eventos, charlas y encuentros, que no sólo me nutrieron sino que me dispararon en todas las direcciones posibles. Un recuento breve quizás de una idea de por qué lo que busco transmitir más la ebullición que el relato.
La semana, una semana en que celebraríamos el miércoles 15 de octubre de 2014 el día de las Humanidades Digitales la comunidad portuguesa e hispanaamericana, comenzó para mi, el lunes y el martes, asistiendo a reuniones convocadas por la SEP para la conformación de redes temáticas para un proyecto de Comunidades Digitales de Aprendizaje. Sobre eso escribí algo ya en mi blog para el día de las humanidades digitales. Pero luego vindo el díaHD2014 y con él la conferencia de Dominique Vinck, director del Laboratoire de cultures et humanités digitales de l’Université de Lausanne. Sobre ella diré mucho más en un momento, porque fue uno de los dos eventos que despertaron mi entusiasmo. El miércoles, además de ello, me ocupé en escribir mi blog para el DíaHD2014 y en revisar el de los demás, ya entusiasmado por todo lo que sentía que estaba pasando. El jueves di un taller, junto con Isabel Galina sobre Libro electrónico y el viernes asistí toda la mañana al Congreso Las Edades del Libro, que organiza el Instituto de Investigaciones Bibliográficas de la UNAM. Ahí, además de una sorpresiva e interesante ponencia de Elika Ortega sobre Between page and screen, una reflexión de Isabel Galina sobre las dificultades para desarrollar proyectos digitales en la UNAM, estuvo Andrew Piper, director del textLab de la Universidad de McGill en Canada.
Como puede verse, humanidades digitales a todo lo que da. Puros estímulos para intentar emprender cosas nuevas, mejorar las que ya están en curso, para reflexionar sobre lo que está pasando. No voy a revisar aquí todas las cosas que se me ocurrieron. Me detendré, como advertí, en la charla de Dominique Vinck porque creo que algunas de sus ideas pusieron el dedo en la yaga de o que está pasando ahora.
La conferencia de Dominique Vinck giró, sobre todo, al rededor de lo que el laboratoire de cultures et humanités digitales de l’Université de Lausanne está haciendo con el archivo del Festival de Jazz de Montreux. Pero más allá de lo anecdótico, sin embargo, su presentación se basó en dos premisas fundamentales. La primera, el temor, manifestado por Vinck de que con el patrimonio cultural de las naciones pasara lo mismo que con la riqueza genómica de los países, de la cual se han ido apropiando corporaciones y entes privados, con recursos suficientes para estudiarlo y registrar patentes. Pero, y esta fue quizás la parte más rica de su intervención, la protección de ese patrimonio no puede reducirse, en realidad, a la digitalización y la preservación de los archivos digitales. El trabajo para crear herramientas que permitan explotar los datos en esos archivos es aquello que le da valor a éstos y que posibilitan su apropiación por parte de las naciones.
Para decirlo de una manera sintética: si no somos capaces de generar instrumentos para conocer nuestro patrimonio cultural, sin importar dónde estén los archivos, otros lo harán. Y el que genere los instrumentos, y no necesariamente el poseedor del archivo, será quien genere riqueza. El punto aquí es doble, pues el valor de un archivo digital, valor en términos de conocimiento, pero también valor en términos monetarios, depende de los medios creados para su explotación. No sólo porque se puede, a través de ellos, explotar el archivo, sino que precisamente la creación de los instrumentos tiene un valor más allá de su aplicación específica. Así, por ejemplo, en el caso de lo que se hace con los archivos de Jazz, al crear aplicaciones para ordenar, registrar y corregir datos, se crean en general aplicaciones que pueden ser utilizadas para encontrar música e identificarla, o bien para crear otro tipo de aplicaciones, de diversión por ejemplo, que pueden tener popularidad en el mercado.
Por supuesto, me quedé pensando en qué estamos haciendo con los archivos en México. El foco, por desgracia, está puesto sobre todo en la digitalización. Así lo está haciendo lo mismo Conaculta que la UNAM, que la Universidad de Nuevo León, que Puebla. Presentando imágenes digitalizadas, con ningún añadido en términos de explotación de datos. La cuestión es política, económica y, por supuesto, científica y cultural. Si no se avanza en la obtención de nuestro patrimonio digital, ya otros lo están haciendo… por ejemplo, Google y otras empresas a las que, en algún momento, se les permitió digitalizar, pero sobre todo, explotar el patrimonio encerrado en nuestros documentos.
No es un lamento, es un llamado a hacer algo.