La primera vez que oí hablar de her, la película protagonizada por Joaquín Phenix, alguien me dijo que se trataba de un film de ciencia ficción. Es difícil decir que lo es después de verla.
El romance entre Theodore Twombly y Smantha, el nuevo sistema operativo de su computadora, presentado como lo último en inteligencia artificial, refleja algo que estamos experimentado ya en este momento en nuestra relación con los aparatos computacionales: estamos enamorados de ellos.
Pero ese enamoramiento tiene muchas aristas que la película, con la inocencia de una comedia romántica, aborda con una capacidad de provocación sorprendente. En primer lugar, la imposibilidad, cada día mayor, de las relaciones interpersonales.
La vida en nuestras ciudades y en nuestras sociedades se ha vuelto más solitaria y más extraña. Las personas con las que nos encontramos, como nosotros mismos, afrontan su soledad y su inserción social de manera compleja, con expectativas y actitudes que hace extraordinariamente difícil converger. No es que Angélica te eluda –sus razones tendrá-, que Gabriela te obligue a tomar un té de menta –a ti, que detestas el té de menta-, o que Ana María diga que ella es un bot. Es que tampoco tú sabes qué hacer con esa soledad y te da miedo. Ser varón es tan confuso, sin importar qué edad tengas, que tú mismo te has vuelta difícil, silencioso, huraño, con esas cosas que únicamente a ti te gustan, como tomar la bicicleta y perderte durante horas por la ciudad.
Her habla de eso, pero también de la necesidad de un diálogo en que el cuerpo no sea lo más importante, sino la conciencia. Curioso, porque en este mundo donde el cuerpo se ha convertido en el centro, en el objeto último de culto, la película habla de máquinas toman su lugar y nos seducen. Incluso fallan cuando se esfuerzan por encarnarse, en cuerpos reales, pero falsos, porque no es eso lo que nos enamora.
Hay mucho más que decir de her, pero baste esta reacción por ahora. Ya volveré, sobre ella.
Bueno, el amor siempre ha sido un evento compuesto por un sinfín de elementos imaginarios. Y, pese a la tecnología, los problemas terminan siendo casi los mismos que nos narraban los clásicos de los que, parece,no se ha aprendido casi nada.
Esto también es una reacción. Pero no puedo evitar ver al personaje, como sacado de una “comedia” de W. Allen, o de las experiencias de alguno de mis confusas (y confundidas) amistades. Sea o no el objeto de su amor, un gadjet. 🙂