Este semestre he comenzado a impartir un seminario sobre Divulgación de la filosofía, para la licenciatura en la Facultad. La verdad es que se trata de una tarea que tenía pendiente para obligarme a formalizar algunas ideas sobre la divulgación de la filosofía, que puse antes en acción en los proyectos de divulgación que he desarrollado, como las Ráfagas de pensamiento. Esta es pues, no sólo la oportunidad para pensar y discutir las ideas con un grupo, mientras imaginamos nuevos proyectos de divulgación, sino también de revisar artículos y libros sobre divulgación, la mayoría sobre divulgación de la ciencia, para poder contrastar argumentos e ideas.
Este fin de semana leí dos textos que me hicieron mirar el problema de la divulgación de la filosofía bajo una perspectiva distinta a como la venía pensando. Sobre todo para entender, en parte, que dificultades existen para que haya un efectivo proyecto de divulgación en la filosofía.
El primero es el capítulo “Communicating the Social Sciences” de Angela Cassidy del libro Handbook of public communication of science. Antes de plantearse qué o cómo divulgar las ciencias sociales, la autora observa como es que, de hecho se comunican, y como esta comunicación tiene unas diferencias notables respecto de la ciencia. Un primer problema que destaca es que hay elementos de las ciencias sociales que forman parte del trabajo diario de los medios (los datos del censo, el crimen, los análisis económicos, la violencia, etcétera). Al mismo tiempo, señala que los investigadores en ciencias sociales suelen ser “expertos” consultados frecuentemente por los medios u ocupan el lugar de analistas para varios medios de comunicación. Esto hace que los temas de las ciencias sociales sean parte de la información diaria, y que la investigación en ciencias sociales no aparezca en las secciones de “ciencia” de los medios. Esto último no sólo por el hecho de que la información de las ciencias sociales está en las páginas noticiosas de los diarios, sino porque las ciencias sociales tienen un estatus inferior a la ciencias puras.
Para el caso de las humanidades y de la filosofía en particular, podemos observar dos cosas. Una, que los filósofos con cierta frecuencia aparecen en los medios como “expertos” y algunos ocupan el lugar de analistas en algunos medios. Lo hacen con menos frecuencia que los investigadores de ciencias sociales, pero sin duda ocupan también ese lugar. Al mismo tiempo, alguna información sobre las humanidades y la filosofía aparece en las secciones de cultura de ciertos medios, aunque no con la abundancia ni la frecuencia que podría ser deseable. Esto no es necesariamente negativo, como tampoco lo es para las ciencias sociales, pero no es divulgación y no alcanza las metas que persigue la divulgación.
Como observan Alfredo Marcos y Fernando Calderon en “Una teoría de la divulgación de la ciencia“, la divulgación es un sistema abierto, adaptativo y social, que está conectado con otros sistemas: el científico (y su comunicación), el de los medios (y su lógica), el artístico, el militar, etcétera. A nivel social, la comunicación entre científicos, las explicaciones públicas de los expertos en medios, cumplen con ciertos fines específicos, que se completan, en el ámbito social más amplio, con la divulgación.
Bajo esta perspectiva, la tendencia a colapsar en México la difusión de la cultura con la divulgación de las humanidades, en general, y de la filosofía, en particular, ha impedido construir proyectos que solo persigan los fines de la divulgación. De modo que el primer problema a afrontar, me parece, es el distinguir la divulgación de la difusión de la cultura y la actividad comunicativa de los “intelectuales”. Es decir, hay que discutir cuál es el marco teórico, los objetivos y los fines de la divulgación. La divulgación de la filosofía no es cualquier participación de uno o varios filósofos en un foro público, cualquiera que este sea, sino un proyecto de comunicación claramente delimitado en sus alcances y en sus medios.