Estos días de epidemia y encierro tomé la decisión, mucho tiempo postergada, de reordenar mi biblioteca y al mismo tiempo renovar libreros y otros espacios del estudio. Pensaba que sería una tarea grata, como siempre lo fue para mi, pues poner orden, reencontrarme con mis libros, es una de las cosas que mas me gustan. Pero esta vez fue diferente.
Hace mucho tiempo que no reordenaba la biblioteca y hace mucho también que no leía un libro en papel, pues desde hace ya más de un lustro mi fuente primaria y casi única de lectura es digital, como da cuenta esta entrada escrita hace exactamente cinco años.
El tiempo pasado, la falta de cercanía con los libros en papel ocasionó que, en cuanto comencé a bajar los libros, sacudirlos y apilarlos, tuviera la sensación de que se trataran de los libros de otra persona. De alguien que había vivido el siglo pasado y que, de pronto, hubiera dejado de existir y yo los hubiera heredado.
Todos me parecían libros viejos, empolvados -que lo estaban, porque en esta casa cómo hay polvo- que había pertenecido a otra persona. Pero esa otra persona era yo, por supuesto, hace veinte, treinta años.
Ahí estaban los libros, bastante arruinados algunos, de mi adolescencia; los de mi formación profesional -estos más cuidados. Los primeros que compré sistemáticamente en el extranjero, con una visión más especializada. Pero también podía verse que los mas nuevos eran regalos de colegas y de amigos y que se había producido un salto. O un vacío que separaba el último de los libros comprados por mí, con estos que eran más relucientes y nuevos.
Esta sensación me produjo vértigo. Una súbita consciencia de que, en efecto, algo había cambiado mucho en mí. Que hay una ruptura, un vacío en mis hábitos de lectura, que me separaban mucho, mucho más de lo que yo alguna vez había pensado, de quien había sido yo hace tiempo.
Volví a leer la Flecha negra de Stevenson, una de las novelas favoritas de mi juventud, quizás por volverme a conectar conmigo mismo. Pero esta vez la leí en un libro electrónico en inglés. Lo mismo, sí, pero diferente al fin.
Me sentí muy identificada con la experiencia que describes, justo el titulo que le das a tu descripción es muy acertado, y simpático además. Gracias por hacer este ejercicio de “diario de pandemia” y sugerirlo a los docentes. Me quedo pensando y sintiendo muchas cosas.
Muchas gracias por esta reflexión. Es exactamente la misma sensación que yo tengo con mi biblioteca, creí que era la única a la que le pasaba esto. Hay muchos libros que he decidido desechar, pero la mayoría se ellos sigue siendo entrañable, aunque la sensación es esa: ya no son del todo míos, sino de quien fui hace veinte o treinta años.
Yo organicé mi casa y mis libros con un orden diferente, acorde con mi porpia evolución. Cada libre y cada objeto tenían una historia que contar.