A diferencia del cine, que casi de inmediato se convirtió en arte, la televisión no ha sufrido el mismo destino. Las razones seguro son muchas y, sin duda, una de ellas debe ser que la televisión, como el radio, son canales de transmisión (como lo es internet) y no una tecnología como la cámara de cinematográfica para producir un producto.
Esa estrecha relación del contenido televisivo con el medio de emisión, es una de las razones por las que obras de televisión, que no podrían producirse sino dentro de la lógica de la transmisión, como los sitcom, las series y en general, los programas de entretenimiento, nunca aspiraran a la calidad del arte, a pesar de su cercanía con el cine.
En los días que corren, y con cerca de un cuarto de siglo desde que los programas de televisión pueden verse, gracias primero a los videos (Beta y VHS), y ahora a los DVD e Internet, con independencia del medio que los transmite, está comenzado a ocurrir algo curioso. Las series, sobre todo, y en menor medida los sitcoms, comienzan a ser productos completamente independientes del medio que lo emite. Lo era ya, pero ahora lo es definitivamente después de distribución (esa es la palabra correcta?) de House of cards por Netflix, una serie dramática que nunca se transmitió por televisión.
Esto está alterando nuestra relación con esos productos (y con la televisión en general) disociando lo que antes era una sola experiencia y ofreciendo la posibilidad de valorarlos de otra manera, quizás finalmente como arte.