Algunos podrían sentirse tranquilos y reconfortados por el hecho de que el 7 de mayo la SEP aceptara que dentro de la Reforma Integral de la Educación Media y Superior (RIEMS) el área disciplinar de Ciencias Sociales cambiara de nombre para llamarse de Ciencias Sociales y Humanidades. A fin de cuentas, es un reconocimiento de la humanidades como disciplina, y de la actividad que los grupos de profesores han llevado a cabo para defenderla. Pero las aguas siguen agitadas. El Observatorio filosófico hizo saber a través de la prensa, y de forma por demás curiosa, que estaba de acuerdo con la decisión de la SEP, pero que no se daba por satisfecho, y anunciaba que seguiría trabajando por ampliar el reconocimiento de la filosofía.
A partir de ese día, he leído dos distintos comunicados, uno el jueves 14, que es una propuesta derespuesta del Observatorio a la SEPpara avanzar en el reconocimiento de la filosofía en el sistema de enseñanza, y otro el 16, del Círculo Mexicano de Profesores de Filosofía, que es un programa de reivindicación de la filosofía y su enseñanza.
Me siento sorprendido por lo que parece ser el nacimiento de muy incipiente debate y discusión sobre la filosofía, su estado actual, y sus implicaciones en el proyecto educativo. Pero aún tengo mis reservas, ¿realmente nos estamos dirigiendo hacia él? ¿Lo que se propone desatará una reflexión sobre la filosofía y la actividad filosófica en México? ¿Podremos finalmente poner sobre la mesa lo que nos gusta y no nos gusta de la manera en que se produce, se difunde y se enseña la filosofía?
Lo pregunto porque sigo percibiendo en estos comunicados, como antes en la primera movilización en defensa de la filosofía, cosas e ideas que no puedo compartir. La primera es esa actitud arrogante, y a mi juicio completamente equivocada y complaciente, que los filósofos tenemos de nuestra propia actividad. No hay, no ha habido en toda esta movilización, una mirada crítica hacia la forma en que se enseña, se estudia y se piensa la filosofía. ¿No es el momento de reparar que el descrédito de las humanidades puede tener un origen en la forma en que se imparte, en quienes la imparten (que no siempre son filósofos) y en la manera en que se le concibe?
Esto está directamente conectado con el hecho, que no comprendo ni comparto, de que la defensa de la filosofía implica exigir que las asignaturas filosóficas tengan nombres filosóficos y sean impartidas sólo por filósofos. Me parece que ésta ha sido una de las preocupaciones de fondo de la movilización: la defensa del privilegio de tener un territorio disciplinar con nombres y contenidos específicos para ser usufructuado únicamente por filósofos.
Lo que se impone así es una visión de una terrible estrechez académica y, por ende, disciplinar de la filosofía, que quiere que el bachillerato refleje o reproduzca la misma organización territorial que la filosofía tiene en las academias profesionales, con el peligro de perpetuar allá una de las prácticas que más detesto de la academia filosófica: la de ligar “disciplinas” con “especialidades”, para garantizar su usufructo exclusivo por unos cuantos autorizados. La reserva del derecho no a la capacidad y el esfuerzo, y el talento intelectual de cada cual, sino a la patente de corso de da formarse en cierto grupo y en cierta área. Esto es extender hacia el bachillerato una forma de control y dominio académico, que caza muy bien con las ideas de certificación del desempeño académico. En todo caso, una visión muy limitada y miope, que impide avanzar hacia una visión más amplia y más social de la filosofía y de su posibilidad de enseñanza.
¿Por qué un filósofo sólo puede enseñar materias filosóficas, como ética, lógica o epistemología? ¿Acaso no puede hacer un trabajo similar en una materia sobre cuidado de sí? ¿Acaso no puede hacerlo en una materia sobre civismo? Es decir, es la filosofía tan corta de miras, que no puede ir más allá de su confinamiento en los formatos en que ha sido encuadrada por la academia? ¿No hay filosofía más allá de eso?
Más interesante, me parece, es explorar qué aporta la filosofía a las disciplinas genéricas, con qué otras formas, más imaginativas, menos limitadas, la filosofía puede desbordarse de su prisión académica y abrirse a una sociedad que no la comprende y a la que no queremos hablar desde la filosofía.
Nada va a pasar, no importa si triunfa una reforma sin filosofía o una con la filosofía que se está defendiendo, si no somos capaces de sacudirnos prácticas e ideas que no han hecho sino limitar el ejercicio de la filosofía. De otra forma, propuestas tan audaces, como “Superar las modas y las opiniones vulgares que invaden con frecuencia a las humanidades”, como propone el Círculo de profesores de filosofía, será una tarea no sólo imposible, sino inútil.