El punto de partida de Avatar y Cómo entrenar a tu dragón es muy parecida: dos tipos diferentes de seres vivos inteligentes se encuentran en guerra (no olvidar nunca que los dragones son seres inteligentes en casi toda la tradición). El protagonista, en ambas, no comparte las habilidades bélicas de sus semejantes y esa condición lo pone en contacto con miembros del enemigo. Ese contacto le permite al héroe conocerlos y relacionarse amistosamente con ellos y, en un punto, enfrentarse a sus propios compañeros, en defensa de los opositores.
A pesar de todas estas similitudes, que incluyen elementos anecdóticos, como volar en el lomo de un dragón, Avatar y Cómo entrenar a tu dragón representan dos visiones completamente diferentes de la comprensión del otro. Avatar supone una asimetría entre los seres inteligentes: el más débil desde el punto de vista bélico es, sin embargo, espiritualmente el más avanzado. De modo que el protagonista cumple la función de dotar a los más débiles de los elementos estratégicos para una defensa victoriosa en la guerra. Pero lo paradójico es que esa victoria de los débiles contra los fuertes no es espiritual sino bélica, pero además no es propia, sino prestada: el héroe termina como gobernante de los desvalidos seres espirituales. Avatar es una historia de conquista y de derrota, que no ofrece a la raza espiritualmente superior una superioridad real, sino completamente subordinada: son liberados por quien los oprime.
En Cómo entrenar a tu dragón, la situación es otra: ninguno de los dos seres es débil, y ninguno es tampoco espiritualmente superior. En todo caso, ambos son víctimas de un ser más poderoso. Así que la relación entre el protagonista y su dragón es de colaboración. Uno aprende del otro y saca ventaja de lo que el otro sabe. No es únicamente el dragón quien se entrena. Lo hace también el hombre. Y por ello la película no tiene como tema la guerra y la superioridad, sino el aprendizaje, el conocimiento del otro, que es siempre, también, conocimiento de uno mismo: de los miedos, las limitaciones, y las propias virtudes. No es, pues, una película sobre el dominio de unos sobre otros, sino del valor del conocimiento mutuo para, a un tiempo, liberarse e integrarse. Cómo entrenar a tu dragón es, me parece, una película sobre la liberación por el conocimiento y la colaboración.
Este contraste entre una y otra, sin embargo, se agudiza, en cuanto a la integridad del héroe. En Avatar, el protagonista, lisiado en el inicio, alcanza al final un cuerpo íntegro y perfecto aunque sea solo un avatar. Tiene una epifanía espiritual mediante el sometimiento del otro. En Cómo entrenar a tu dragón, el cuerpo íntegro del protagonista terminará mutilado: la imperfección es el precio de conocerse a sí mismo.
A mi interpretación del Cómo entrenar a tu dragón se le podría objetar que en realidad se trata de una película sobre cómo domesticar dragones. Pero me temo que no. Como lo sabe muy bien Ged el archimago de Terramar, los dragones no se domestican.