Jorge Edwards. La Casa de Dostoievsky. Planeta, 2008.
Para una reseña tal vez más informada. Visita Paula
Ciertos relatos resultan ser más cercanos que otros. Más próximos, si se quiere, en un sentido personal. Pueden confundirse, en cualquier momento, con los propios recuerdos como variantes posibles de tu vida o como episodios conocidos por ti, de primera mano. El Poeta de La casa de Dostoievsky podría ser, perfectamente, un loco, un par de generaciones más grande, con el que coincidí tal vez en alguna fiesta de la emigración chilena a finales de los años setentas (aunque para entonces él ya estuviera muerto), o al que conocí, cualquier tarde, en casa de Augusto Monterroso, en una reunión del PSUM, en una de las marchas a favor de Cuba.
Su historia es un trozo de esa historia de la intelectualidad latinoamericana que atraviesa los años sesentas y setentas, y cuyos ecos todavía eran posible sentirlos a principios de los ochentas. La historia del intelectual comprometido y disidente, de izquierdas, que no acababa nunca de ser bienvenido ni en las filas de la militancia comunista (ni por los gobiernos comunistas, donde los había), ni dentro de los grupos de buenas conciencias conservadoras, y sus democracias (en todo el resto), y que terminaba por revolotear alrededor de ambos bandos, sobreviviendo de las migajas de uno y otro, apostando siempre –dice Edwards- por la poesía.
Me ha gustado que La casa sea una reflexión sobre la imposibilidad de adaptación. Sobre una marginalidad, la de la escritura y la poesía, en un momento donde todos buscaban ser protagonistas de los grandes episodios de la Historia, así, con mayúscula, para subrayar su trascendencia.
Es difícil, cuando uno se dedica a la filosofía en tiempos muy poco filosóficos, no simpatizar con una novela que hace del compromiso poético, un acontecimiento heroico. ¿Puede haber una épica de lo que no ocurre en las pantallas de televisión o del cine, o que se ha vuelto popular en Youtube? ¿Puede haber poesía en esas vidas que no cambiaron la historia?