Regresas a la ciudad de México ha significado en parte, un reencuentro con infinidad de cosas casi olvidadas. En el trajín de la limpieza y la selección di con este texto de Alberto Constante en el que reflexiona sobre qué es filosofía a partir de una intervención de Heidegger de 1955. El texto, me parece, tiene la suerte de hacernos extraña la palabra filosofía –que pensamos siempre tan cotidiana- y conducirnos y confrontarnos con el origen griego del término. Dos efectos sobre los que vale la pena reparar.
Comentario de Carlos Vargas al texto de Alberto Constante
¿Cuál final, cuál comienzo para la filosofía?
Alberto Constante
Was ist das-die philosophie? Preguntaba Heidegger en un coloquio celebrado en Francia en agosto de 1955. Comenzar con una interrogación forma parte de la tradición de la exposición filosófica y remite a la temible dialéctica socrática. No obstante, la pregunta, tal y como la establece Heidegger, nos sugiere un claro en el bosque donde siempre se titubea y uno se siente desvalido porque ahí no hay certezas. El énfasis está puesto tanto en el ist y en das como en Philosohie. Es decir, antes de nombrar el objeto de la investigación que es la filosofía, el pensador de la Selva Negra hace que resalte lo problemático de los procesos de predicación y de objetivación. Insinúa, y la insinuación constituye al mismo tiempo la fuente el núcleo de su pensamiento, que el ist, el postulado de existencia, precede y determina cualquier interrogación significativa, y sugiere que el das, el quid est, como dirían los académicos, a la cual está dirigida la pregunta, y de hecho cualquier pregunta de carácter grave, es un postulado de enorme complejidad. Al poner de relieve die Philosophie, Heidegger nos obliga a reconocer un hiato y a hacer una pausa entre la forma más general de la interrogación ontológica (“¿qué es esto o aquello o cualquier cosa?”) y el objeto específicamente enfocado. Es decir, Heidegger logra un doble efecto de enorme sutileza. Hace del concepto de filosofía, del cual todos podríamos pretender tener un dominio cotidiano y seguro, algo extraño y distante.
Esta distancia es necesaria, porque al sernos aparentemente tan cercana no damos con ella sino dificultosamente. Preguntamos qué es esto llamado filosofía y al preguntar le pedimos a una palabra que se revele a sí misma. Pero ¿cómo puede haber revelación si no escuchamos atentamente, si tratamos de imponerle al objeto de nuestra investigación fórmulas analíticas apriorísticas o prefabricadas? Si escuchamos “la palabea ‘filosofía’, como dice Heidegger, está hablando griego. La palabra, en tanto que palabra griega, es un camino”. Es claro que en la palabra filosofía está el poder y la fuerza del argumento. El lenguaje es el que habla, y no, no exclusivamente al menos, al ser humano. ¿Y qué nos dice la palabra? “La palabra philosophía nos dice que la filosofía es algo que, por primera vez, determina la existencia del mundo griego. No sólo esto: la philosophía determina también el rasgo fundamental más profundo de nuestra historia occidental europea”.
La philosophía constituye, por lo tanto, la fundación y el ímpetu formativo de la historia de Occidente. La filosofía exige que aquellos que la aprehenden, de aquellos cuyo “camino de cuestionamiento” es verdaderamente profundo y desinteresado, por el hecho mismo de que su naturaleza y la única articulación que puede darle un auténtico significado y una existencia ininterrumpida son griegas, que se replanteen todo el alcance de sus implicaciones como si éstas fueran vividas y expresadas por los griegos.
Estoy persuado con Heidegger de que no sólo la filosofía es griega sino que griega es “también la manera como preguntamos; la manera como aún se pregunta es griega”. Cuando hablamos de filosofía la palabra misma nos re-convoca, nos re-clama al lugar donde comenzamos a ser, donde nos crearon; que es el discurso y el pensamiento griegos. Cuando preguntamos ¿qué es esto, la filosofía?, la pregunta encuentra su procedencia histórica, una dirección y un futuro histórico. El quid del asunto radica en si, a través de los siglos hemos sido capaces de crear las condiciones necesarias para poder seguir preguntando en griego. Es decir, ¿podremos seguir preguntando por aquello que merece ser preguntado, no en el sentido de tener una garantía de respuesta, sino por lo menos la seguridad de una réplica orientadora? Hay, al menos así se percibe, este gran reto de la propia filosofía, una clara posibilidad de que estas preguntas ya no admitan respuesta alguna.
La más cruel de las paradojas de la desconstrucción consiste en que apenas intuimos qué sea eso de filosofía en medio de nuestra pequeña tiniebla griega, frente a la evidencia de que hay un punto en el que todo acaba. Una cosa parece clara, y es que el desafío de poder seguir no puede ser eludido.
Alberto Constante
¿Cuál final, cuál comienzo para la filosofía?
Theoría Numero 18. Julio de 2007
Comentario
El texto me hace reaccionar en lugar de reflexionar. Me rebelo ante la idea de una filosofía definida como griega, donde la manera de preguntar sea también griega. Sometida la filosofía a su origen, a donde la palabra nos “re-convoca y nos re-clama”, me siento un extraño frente a ella. ¿Qué tengo que ver yo hoy con los griegos? ¿Remite mi actividad, mi forma de reflexionar, inevitablemente a Grecia y a Occidente?
Por supuesto, sería una ingenuidad responder no. Las raíces griegas y occidentales de la filosofía están ahí, existen, y volvemos a ellas una y otra vez como a una fuente que mana eternamente. Pero me pregunto si lo griego del origen agota toda filosofía. Si acaso es imposible una separación radical de la filosofía de su origen. Si, en un periplo que la lleva a otras tierras y otros mundos, en el espacio y en el tiempo, la filosofía no construye por otros senderos, una invención de sí misma dónde, por qué no, incluso niegue su estirpe.
Reparo que el texto usa tres grafías diferentes de la palabra en cuestión: Philosophie, philosophía, filosofía. Intuyo la existencia de un significado en la mutación gráfica, pero también idiomática de la palabra. Hay ahí una historia de continuidades y rupturas. Me digo, la palabra “filosofía” no está en griego aunque remita, a través de la filología, a esa la lejana Atenas de Pericles. Pero tampoco ignoro que los primeros filósofos criollos de la Nueva España, se referían a México como la Atenas americana, tal vez para crear “las condiciones necesarias para poder seguir preguntando en griego”.
Por estos derroteros, el texto de Alberto Constante me conduce a reflexionar sobre las dificultades presentes de hacer preguntas filosóficas en México. Sobre la sensación de extrañeza e indudable falta de identidad de quienes formulamos esas preguntas. Acaso filosofar no es hoy como querer preguntar precisamente en griego. Enunciar las inquietudes en un idioma que excluye a quienes no lo hablan. Hacerlo te vuelve un extraño, y esa extrañeza conduce a menudo a dudar del dominio de la lengua tanto como de su fidelidad al origen. A fin de cuentas, en nosotros filosofar es un traslado y una reinvención, y no la seguridad de una casa y un origen. Filosofar implica el esfuerzo de la construcción de las condiciones para su existencia. Es decir, no podemos dar nada por sentado.
Si bien hoy el campo más fértil para ella es la academia –con sus asegunes y problemas-, es una tierra que se seca si no se alcanzan nuevas zonas de sembradío. Sí, la tarea es ardua. No basta el discurso ni el comentario, es necesaria y mucho la traducción, pero también la formación del espacio cultural en que la pregunta filosófica tiene sentido. Esto no sólo es labor de difusión. Es el trabajo de creación espacios de vida filosófica, de colectividades en donde la preguntas, al menos, tengan réplica.
Hay que darse pues, a la tarea de imaginar un espacio para la filosofía entre las peceras y los balazos de los narcos, las telecomedias y el futbol, el inglés y la computación. Y habrá que pensar si ese lugar está en griego…