Ernesto Priani

Guía de Perplejos

El asunto

La propuesta de lectura de esta quincena es un hermoso texto de José Vasconcelos, tomado de Indología de 1925. Se trata de una visión del filósofo, de su quehacer y del sentido de su búsqueda, que puede leerse significativamente hoy, cuando el lugar ocupado por quien hace filosofía ha sido puesto a discusión en México y al menos en el imaginario, ciertamente  desplazado. Las ideas de este filósofo amateur, como fue calificado alguna vez por Guillermo Hurtado, están tan presentes en el debate actual, como las evocaciones a su figura legendaria, para defender el ejercicio profesional de la filosofía. A quien lea el texto no le pasará desapercibido hasta qué punto lo que se reivindica hoy, en gran medida es su legado, pero también hasta que punto ese legado resulta ya en realidad, insuficiente.

Al comentario

 

Comentario de Carlos Vargas
El asunto
José Vasconcelos

Hundido en la selva del conocimiento, el filósofo sabe que no le va a ser posible investigar todas las sendas, pasear por todos los claros, empaparse de la fragancia de cada masa de espesura; pero no por eso se resigna a quedarse ocupado en anotar los caracteres de la hoja que cae y las formas del tallo que asciende o los rasgos del pájaro que canta. Un instinto superior a la seducción de la criatura que particular y al destello que fascina, lleva al filósofo a romper por lo más intrincado y a trepar hasta el más alto tallo para abarcar todos los ramajes, para permearse del temblor de todas las hojas, y para oír, en vez del canto de un pájaro, el rumoroso concierto de toda la selva. De tal suerte que veremos que el filósofo está siempre de vuelta del detalle. ¡El filósofo ya vio, ya amó, ya pecó, ya encontró gracia, ya fue fascinado, ya fue engañado; venció y fue vencido y después de recorrer todos los círculos, busca ahora la espiral de la liberación, el camino del éxito, el signo de la superación de todos los valores!
Por eso, en la selva no se dejará atrapar el filósofo, por mucho que le fascine cada flor y cada hermosa bestia y no se conformará tampoco con ponerse a contar los árboles semejantes, haciendo restas y sumas de los rasgos que sirven para la clasificación, in se concretará, como lo haría el naturalista, a distinguir especies y ponerles nombres; aparte de todo esto se empeñará más bien en juntar en una sola expresión toda esta suma de caracteres, todo este miraje de formas y tratará de averiguar de qué suerte perduran y se desarrollan todas en relación con las nubes que traen el agua y con el cielo que difunde la luz. Y pasará en seguida a preguntarse: “¿Quién hizo los elementos, el cielo que está siempre suspenso y las aguas que corren y los vientos que vuelan?” Porque, en resumen, el filósofo es un servidor de la función de unidad y un sacerdote de la religión de lo Absoluto.
Por uno y otro camino el filósofo busca un fantasma que siempre está delante y nunca se deja aprehender, una realidad que por mucho que contenga nunca está completa, un miraje que solo por darle algún nombre llamamos Totalidad. Si por fin se aniega en el Todo, el filósofo coincide con el nombre de religión, con el artista que alcanza una mística percepción de la belleza.
Por uno y otro camino marchamos en busca del Todo, pero no lo alcanzamos jamás. Para abarcarlo tendríamos que devenir nosotros mismos el Todo, y, como esto no es posible, mientras no superemos la conciencia terrestre, resulta que marchamos de tropieza en tropiezo, siempre anhelantes de comulgar con lo Divino y siempre desilusionados de nuestra propia capacidad, fallidos en lo más profundo de nuestro anhelo. Renunciaríamos a toda Esperanza sino fuese porque logramos en ocasiones determinados vislumbres que aclaran el confuso y paciente ideal cotidiano; sin embargo, no es posible llegar a la iluminación sin la disciplina, y la disciplina del filósofo tiene dos maneras de error, pero también dos maneras de relativo acierto, dos maneras lógicas: Abstraer, y Sintetizar.
Casi toda la filosofía está hecha de abstracción que suprime determinados accesorios con el objeto de lograr representaciones esquemáticas de una realidad múltiple, pero reductible a caracteres generales. Ya sea por inducción ya sea por deducción, aparecen generalizaciones sin las cuales no hubiera sido posible el progreso, la formulación misma del pensamiento. Pero tiene la generalización el defecto capital de que es resultado de supresiones y reducciones. La generalización, a pesar de su nombre falsamente generoso, es destructora y empequeñecedora de la realidad; mata siempre una parte del hecho; anula, pone en olvido una multitud de factores; desliga caracteres que en rigor son inseparables. Cuando decimos hombre creamos un concepto genérico más comprensivo que un hombre particular; pero solo en cierta manera de extensión; en realidad desprovisto de substancia, mucho menos rico de contenido divino que el más humilde de los hombres determinados. La abstracción hombre gana, pues, en forma, pero pierde en esencia, pierde en contenido vital. Y así, toda filosofía fundada en las generalidades y la abstracción, toda filosofía de meras ideas, es como un juego de globos de cristal: hermosos pero vacíos. La vida se ausenta de ella desde el principio, y no le queda más que una fantasmagoría de conceptos generales… Por fortuna esto no implica una derrota de la filosofía; esto sólo indica que abstraer y generalizar no es la filosofía sino uno de los métodos de la filosofía. Además tiene otro método, mucho más fecundo la filosofía, un método en el cual yo veo elementos sensoriales, elementos de percepción de existencia agregados a la mera noción de forma y de concepto, ese otro método se encuentra en el ejercicio de lo que llamamos la síntesis. La síntesis enunciada en forma poco vaga, pero comprensiva; es la noción de la existencia particular enlazada con la noción, con el aumento que le da la existencia del conjunto. El que sintetiza aumenta. Así como la abstracción, mata la realidad, la síntesis anima, aumenta las potencialidades de lo real. En el caso, por ejemplo de la selva: quien examina los árboles para anotar sus semejanzas y formar los géneros, ha hecho una filosofía de abstracción; creando el nuevo concepto del género, se ha engañado a sí mismo, porque su falsa creación le ha hecho perder de vista la cantidad de elementos que ha tenido que anular en cada uno de los objetos, en cada una de aquellas existencias, para adaptarlas a la categoría meramente conceptual de su clasificación y de su género. Ha matado la realidad para substituirla con fantasmas. El vulgo se ha dado cuenta siempre de ese hondo crimen del intelectual; por eso demuestra tan constante desdén para lo que comúnmente se llama filosofía.
Sintetizar es todavía más que sumar, porque la suma va agregando uno a otro los homogéneos y la síntesis es suma de homogéneos y de heterogéneos; visión de conjunto que no destruye la riqueza de la heterogeneidad sino que la exalta y le da meta. El hecho mismo de la existencia es una manera lograda de síntesis; un triunfo de síntesis, puesto que sin perder unidad, el mundo se ensancha y se realiza en nuestra conciencia.
El yo es elemento de unidad, función de unidad y al mismo tiempo reflexivo de disparidad y de multiplicación. La misión del filósofo deberá ser entonces, entretejer ciertos hilos directivos, despejar ciertos cauces y soltar la corriente de simpatía, la dinámica de la emoción que nos pone en contacto y parentesco con los más humildes y con los más altos procesos del mundo.
Incorporar cada una de las sorpresas de la novedad, cada una de las cosas particulares al concierto temblante de la existencia total y contemplarlo todo transfigurado en el espíritu y deviniendo hacia lo eterno; he ahí la misión de la síntesis. La existencia de lo particular animada con la grandeza y la música del todo; esa sería la síntesis perfecta y una filosofía que al realizarse sería ya la filosofía postrera, la filosofía de la belleza, la filosofía definitiva de lo divino. Sería religión. Religión y belleza por el camino divino de la emoción.
Tengamos presente, por lo menos, semejante cumbre del conocimiento, cada vez que nos apliquemos a estudiar un problema y meditar en un aspecto cualquiera de la realidad. Hasta donde nos sea posible, apliquemos un criterio semejante al asunto que va a ocuparnos. Nuestra tarea debe ser, en efecto, no solo definir el movimiento étnico de que formamos parte, sino también imprimirle caracteres y orientación. Nos encontramos delante de un proceso vital y étnico que surge como una novedad casi sin precedente en la historia, y eso, a pesar de que la historia cuenta ya con más de cinco mil años de  experiencia. Comencemos por asignar al nuevo proceso un nombre. Ese nombre será el signo, un poco artificial, pero indispensable, para establecer la autonomía del proceso, del hecho, entre el enjambre innumerable de los hechos y los sucesos.
Lanzaremos desde luego el nombre, procediendo a justificarlo en seguida. Llamaremos Indología a todo el conjunto de reflexiones que me propongo presentar a propósito de la vida contemporánea, los orígenes y el porvenir de esta gran rama de la especia racional que se conoce con el nombre de raza iberoamericana.
José Vasconcelos. Indologia. Agencia Mundial de Libreria. Barcelona. 1925, pp. 2-5

Debo este texto a la amabilidad de Ezequiel Castillo Brun.

Comentario
Para el Vasconcelos de la Indología, la filosofía tiene como fin comprender un proceso etnológico, dándole sentido a la raza iberoamericana. En el humanismo del Ateneo, como de hecho en la mayoría de los humanismos, hombre y raza se identifican. Hombre no es un término que designe en él a la humanidad como un género común a todos los hombres de todas las naciones, sino la de aquel hombre nacido y constituido dentro de una cultura. Ese es un detalle que no hay que perder nunca de vista: hombre es siempre un término en singular.

Es dentro de la relación entre la naturaleza humana y cultura, entre humanidad y cultura, que para él, la filosofía adquiere un papel relevante. Su función es explicar y construir ese vínculo entre una forma abstracta y una condición particular. Enunciar y formar, en términos de identidad y cultura, la condición de hombre. Sin filosofía, o en general, sin humanidades, no hay acceso a la cultura, no hay identidad y el hombre se rebela sólo como un mero producto de la biología: criatura egoísta, sin belleza ni fe, como diría también Caso.

La filosofía, así, no solo explica, sino que también forma y constituye al hombre, como ese ser inmerso en la cultura y en consecuencia, en su identidad. La filosofía es examen pero también es pedagogía, y de ahí su relevancia sin más.
Hoy, sin embargo, todos los elementos de esta fórmula ha entrado en crisis: la filosofía no provee más ese acceso a la cultura y a la identidad. En parte por que cultura e identidad dejaron de ser la misma cosa. Cultura no es más sinónimo de nación, sino de un entramado complejo, difícilmente descriptible, de múltiples identidades, en una yuxtaposición en la que la filosofía tiene relevancia, cuando mucho, en una fracción de ellas, y ya no como elemento integrador.

Además, el filósofo, en el signo que nos separa de Vasconcelos, ha perdido su capacidad de acceder a al totalidad, a la abstracción y a la síntesis, a la explicación del todo en el particular, a la totalidad en el uno. Está, pues, a la vuelta de otro desengaño, que lo ha arrojado a la evidencia de que no le es claro tampoco cuál es su propio lugar y cuál es el lugar de aquella tradición de la que proviene.

 

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