Yo tenía ganas de ver en Agora, la película de Alejandro Amenábar. Me ilusionaba que la asombrosa filósofa neoplatónica Hipatia fuera reivindicada al menos frente a esa parte de la sociedad que va al cine. Sobre todo si de pasada, pudiera atisbarse algo de los problemas de la escuela neoplatónica no cristiana, a la que ella pertenecía.
No fue así. La película es entretenida y efectiva, pero se conforma sólo con tocar la superficie, sin correr el riesgo de pensar con cierta profundidad, al rededor de ella y de lo que era filosofar dentro de la escuela neoplatónica en el siglo IV en Alejandría.
Amenábar se queda con los elementos de la tragedia. Subraya la intolerancia y el fanatismo religioso cristiano contra la mujer y contra toda creencia que no sea la suya, lo que sin duda aplaudo, pero muestra a una Hipatia entregada a su propia búsqueda, indiferente a la confrontación de fe que ocurre al rededor, para hacerla la víctima más inocente y menos poderosa, en un mundo convulsionado por el cambio.
Pero al hacerlo así, Amenábar pierde la ocasión de indagar ciertos temas o problemas que la figura de Hipatia muestra. Me limito a uno sólo, cómo un neoplatónico –que no sólo sostenía una doctrina, sino que practicaba un cierto modo de vida heredado de la antigüedad- se enfrentaba a la emergencia de formas de vida y sabidurías que acabarán, a la vez, por destruir y absorber el neoplatonismo. Festejo, sin embargo, que se hagan películas sobre pensadores, sobre todo, al rededor de pensadores que no forman parte del canon de occidente. Aquellos desplazados sobre los que se ha levantado el pensamiento dominante en occidente, y que merecen también ser comprendidos y cuestionados.