Ernesto Priani

Correspondencia

Por qué no somos humanistas. Fichte y el mejor filósofo mexicano vivo

16 de febrero 2010
Los días transcurren y las ideas se acumulan. Hoy, éstas luchan entre sí para abrirse paso y ser atendidas. Como ocurre con tantas otras cosas en la vida, las ideas nacen acompañadas de un entusiasmo que, cuando no son trasladadas por una acción al áspero mundo de los hechos, poco a poco van perdiendo fuerza y energía, y fácilmente pasan al olvido.
He querido escribir primero de dos planteamientos hechos por mis alumnos en sus trabajos de maestría a propósito de la aparición del humanismo en México. El de Alejandra Avila Cortés sostiene la tesis de que el humanismo no puede haber aparecido antes en el horizonte cultural de México por una razón simple: no había una nación. Por eso el proyecto educativo de Juárez no puede ser humanista sino positivista. A fin de cuentas, el positivismo resultó ser una herramienta mucho más útil tanto para fundar una educación pública no religiosa, como para la construcción de una cultura cívica. El segundo trabajo es el de Ana María Rosas Muciño. Se ocupa de estudiar los primeros congresos educativos en México entre 1900 y 1910. La discusión en torno a la conveniencia de conservar una educación cívica en lugar de una educación moral en la escuelas públicas, revela el temor por invadir, en los albores del siglo, una esfera entonces (y quizás aun) privativa de la educación religiosa: la vida moral.
La decisión de dejar la educación cívica y suprimir la moral, define claramente que el Estado mexicano optó en ese momento (y de hecho hasta ahora), por formar ciudadanos pero no hombres, reduciendo el proyecto de nación a una dimensión jurídica y no moral.
Lo contrario ocurre en los Discursos a la nación alemana, segunda idea de la que quería ocuparme. Fichte argumenta ahí a favor de una educación pública donde se forme al hombre en la moral. La tesis es simple: defender la nación alemana en un momento en que ésta se encuentra supeditada a otra, implica convertirla en una forma de habitar el mundo. Volverla un ethos. Lo alemán, pues, como expresión de una forma de la condición humana.
Al leer el artículo de Heriberto Yepes sobre el El mejor filósofo mexicano vivo, que de inmediato se convirtió en una urgencia por aceptar la provocación y discutirlo, no pude sino enmarcarlo en este contexto. Uno de los tres pilares de idea de nación alemana de Fichte es precisamente la filosofía, la existencia de una tradición filosófica alemana. Atrás de la estridencia de Yepes está la evidencia de la inquietud por uno de los proyectos incompletos (¿?) del humanismo en México: construir una filosofía mexicana… El texto de Yepes puede leerse, pues, como la claudicación del proyecto humanista en la misma dimensión que como su “redefinición” en un mundo globalizado.  En todo caso, que no existe nación mexicana como dimensión moral, sino como diagnóstico de vacío.

 

 

Unas ideas sobre tecnología y humanidades. Reuniones sobre edición digital
29 de enero 2010
Hoy escribo después de haber dejado pasar una semana frenética. No tendría por qué ser así, pero al último momento descubrí que el protocolo escrito para ampliar mi proyecto de biblioteca digital, debía ser completamente distinto al redactado originalmente.
Como toda segunda oportunidad, la agradezco. Me ha permitido darle una nueva mirada a la propuesta y reconsiderar algunas cosas. La principal, el lugar asignado al desarrollo de tecnología en un proyecto de humanidades.
Yo estoy convencido desde hace tiempo que las tecnologías digitales deben dar cause a un nuevo modo de investigar y hacer humanidades. Pero muchos de mis colegas no lo piensan así. Prevalece la idea de que la investigación en humanidades debe permanecer intacta en sus formas tradicionales e incorporar la tecnología sólo como una vía de difusión –en el mejor de los casos- del producto final del estudio. Pasan por alto, pues, que el trabajo del investigador es completamente distinto por el solo hecho de que existe una herramienta como las bibliotecas digitales, y rara vez consideran que el desarrollo de sistemas orientados a las humanidades, para su uso como instrumentos de investigación, puede ser parte del trabajo del humanista.
Así, pues, en un afán de encontrar una convergencia entre un polo y otro, reconsideré mi proyecto para asignarle al trabajo tecnológico un papel modesto dentro de un proceso más tradicional de investigación. Una fracción, pues, en el estudio crítico de los textos.
Coincidentemente, la semana pasada tuve varias reuniones sobre el tema de la edición digital con diversas personas y grupos dentro de la Facultad de Filosofía y Letras de a UNAM. Descubrí que hay, efectivamente, una inquietud creciente en ese terreno, impulsada por las limitaciones presupuestales y, en general, por la dificultad para hacer publicaciones tradicionales en papel, pero también por el hábito cada vez más generalizado de trabajar con archivos digitales. El énfasis estuvo siempre puesto en la producción de libros o revistas en PDF, el escaneo de obras, pero ya aparecen en el horizonte, la idea de hacer revistas institucionales en web y blogs.
Esto me alienta. Es infinitamente mejor sentirse una isla a percibir que se está solo en el universo. En principio, abre la puerta a la colaboración, a compartir experiencia y recursos, a buscar el respaldo institucional para los proyectos digitales.

 

Como Internet ha cambiado la manera en que pensamos: artículo en Times Online

 

 

Donde se habla de Henríquez Ureña, el proyecto humanista y la moral de los mexicanos

15 de enero 2010
¿Quién puede preferir los días grises? La pregunta vino leyendo Los días alcióneos de Perdo Henríquez Ureña, pues me quedé con la idea, equivocada, de que éste oponía ahí a la estética (y ética) modernista, identificada como un bosque otoñal en medio de la monotonía del invierno, los días grises de esta última estación. Nada más falso, en una carta a Alfonso Reyes, cercana en fecha a la aparición de Los días, escribe:

“Me convenzo de que en invierno no podemos hacer nada. Aquí, en esta estación, la gente prefiere ver hacer: por eso va a los toros, al teatro, a los conciertos, al cinematógrafo no se diga, y a Plateros a verse unos a los otros ociando. ¡Pero la primavera¡ ¡Savia moderna, exposición, banquetes, conferencias, tés, protesta…¡ Mucho me temo que esta primavera resulte tempestuosa, con la manifestación antipositivista en honra del introductor del positivismo, o con cualquier otra cosa.”

Los días alcióneos no es, no podría ser, una exaltación del invierno sino el anuncio de una primavera antipositivista y antimodernista. Señal, sin decirlo, del desplazamiento de la cultura hacia un nuevo centro: el humanismo.
Se trata de un movimiento moral, porque detrás de la crítica estética y teórica, hay un posicionamiento de carácter eminentemente ético del intelectual, que quiere distinguirse a sí mismo de los modos de vivir católicos, positivistas o bohemios.
No estoy seguro que el humanismo haya tenido ya en México una primavera, pero cuando escucho la discusión sobre el aborto o, más en estos días que corren, sobre los matrimonios gay, echo de menos una discusión más general sobre la vida moral de los mexicanos, que vaya de los bordes hacia el centro.
¿Por dónde empezar? No tengo en este momento una respuesta. Sin embargo, pasa por mi cabeza la idea de que debemos comenzar por preguntarnos por la eficacia de la crítica humanística: ¿qué tan profundamente desmontó las fuentes católicas y positivistas que construyeron la moral del XIX? ¿Hasta dónde fue cómplice de unas y otras? ¿Hasta dónde fue un proyecto real?
Hasta ahora, un dato nos es evidente: no logró que la sociedad y las instituciones políticas mexicanas, reconocieran en la cultura y en la educación, el centro de la transformación y emancipación del país.

 

Donde se habla del humanismo, la editorial Sempere y la transmisión digital de los textos

 

8/enero/2010

En estos días leo la correspondencia entre Alfonso Reyes y Pedro Henríquez Ureña. Lo hago como parte de una investigación sobre la llegada del humanismo a México. Contrario a lo que muchos humanistas dicen y el propio término “humanismo” supone, no asumo que con esa palabra se describan unos ciertos principios doctrinales cuya tradición pude rastrearse de la antigüedad clásica hasta el presente. El vocablo “humanismo” es relativamente nuevo en todos los idiomas modernos –aunque no lo sea el sustantivo “humanista”. En realidad, no tiene más de dos siglos, y revela la aparición de una actitud inédita, que se construye al rededor del legado del mundo clásico y frente al sentido de preservar, estudiar y continuar éste, a partir de la emergencia de la universidad moderna, la creada por Humboldt.
La lectura, que brinda luz y datos importantes para lo que investigo, también ofrece otras cosas que tienen un valor más personal. Los corresponsales se recomiendan con frecuencia libros publicados por Sempere, editorial donde ambos han leído a Nietzsche. La editorial, que tenía su cede en Valencia, era propiedad de un abuelo de mi madre. Significativa en España por ser donde Blasco Ibañez publicó toda su obra, parece haber jugado en México, por la evidencia de las epístolas de éstos fundadores del humanismo, un papel quizás relevante.
Esto me place claro, aunque también me da qué pensar. Entre los proyectos impulsados por mi están varias bibliotecas digitales. Una, a punto de ser pública, intenta poner en circulación libros que no han visto una edición moderna desde que se publicaron originalmente en la Nueva España durante la segunda mitad del siglo XVII. Si hay un trabajo humanista donde todavía hay un enorme campo sobre el cual arar, es precisamente en el de la transmisión de los textos, en la importancia de hacerlo, y en la de estudiarla también como fenómeno, por su peso en la construcción del pensamiento.
En México hemos puesto poca atención en general a esto, a pesar de que el desarrollo de nuestra cultura, producto de una colonización que no se ha detenido, dependa de manera tan significativa de lo que circula y es accesible. Curiosamente, Internet, que está revolucionando tantas cosas en este campo, está conduciéndonos de nuevo hacia la cuestión de la conservación y transmisión de los textos, y hacia la paciente tarea del estudio de los textos –mucho más que a su interpretación. De esta forma, el florecimiento de lo que ha comenzado a llamarse humanidades digitales tiene como fuente el amor profundo por los textos y como materia el modo de legarlos al futuro.

 

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