En el último año la televisión norteamericana ha vuelto sus ojos hacia la mente. Al menos tres programas, Lie to me, The mentalist y Mental, abordan desde distintos frentes el tema común de la psicología y los estados mentales. Cierto que la estructura de los programas no es muy distinta a la de otros programas exitosos. Lie to me como The mentalist son programas policíacos. En el primero, su protagonista, el Dr. Cal Lightman, aplica la psicología para la lectura de las microexpresiones a partir del Facial Action Coding System, que servirán al final para descubrir quién el culpable del crimen. En el segundo, Patrick Jane es un hombre con habilidades de mentalista y que alguna vez tuvo un espectáculo como medium, que utiliza capacidad de observación para resolver los crímenes. Solo en el tercero, Mental el programa sigue el modelo de House, pues su protagonista es un psiquiatra heterodoxo (no podía ser de otra forma, claro), que utiliza sus habilidades para diagnosticar y resolver problemas mentales que representan un misterio para la mayoría.
Aunque desde el punto de vista de la calidad televisivaLie to me es por mucho el mejor, por las actuaciones y la consistencia de las historias, el último es el que resulta más interesante desde el punto de vista de las ideas. Por una parte es la confirmación del interés de la televisión por explorar una frontera distinta: la de la mente y los procesos psicológicos, tratados a partir de los especialistas en esos procesos. Si es cierto que en todo detective siempre ha habido un psicólogo, y que en los tres casos hablamos de “detectives” que se valen de la deducción para obtener los resultados, (Sherlock Homes sigue, pues, más vivo que nunca), es la primera vez que el psicólogo/psiquiatra es el protagonista y lo mental, la materia a discutir. En parte, esto es una evidencia de hasta qué punto el tema, como el protagonista, se han convertido en figuras reconocibles en la cultura norteamericana, y hasta dónde han alcanzado una relevancia y un impacto social equiparable al del geek de CSI o Bonnes.
Quizá lo que más atrae mi atención es cómo la mente y lo mental, viene a ocupar un escaparate que tradicionalmente ocupaba la psique. Este arribo de lo mental significa que no lidiamos con las profundidades del alma; con su complejidad y su incertidumbre, para hacerlo en cambio con la certeza descriptible de los procesos mentales. Este es un cambio en la forma de aproximarse al problema del crimen, tanto como de la enfermedad mental, pues se abandona el sendero de preguntar por los resortes que activan, mueven y dan forma al alma, para hacerlo por la naturaleza de los procesos que tienen lugar en la mente y que, en cierta medida, sustituyen ese complejo que es la personalidad por ese estándar que es la mente. Menos historias familiares, y más familiaridad con nombres clínicos, técnicas psicológicas, medicamentos y terapias es lo que nos traen estos programas. Un mundo de personalidades sin antecedentes, pero con mentiras que ocultar, gestos reveladores y síntomas que permiten llegar a la verdad.
Porque en el fondo, de eso es de lo que se trata siempre: qué es la verdad y cuál es el proceso que lleva a descubrirla. En tiempos claramente positivos como los que se viven hoy, la verdad está cada vez menos formada por historias ocultas, misterios guardados en el clóset familiar o en el enigma de nuestra constitución como seres humanos. La encontramos, más bien, en la evidencia, en lo que es manifiesto, en lo que permite una lectura que en ocasiones se piensa unívoca: la del diagnóstico.