Ernesto Priani

Dudar de su interpretación no acaba con el interés por los sueños

En los últimos meses he trabajando en la transición que se produce entre los siglos XVI y XVII  en el tratamiento de los sueños en occidente. La circunstancia concreta en que esta se produce tiene una base que es necesario recordar. 

Es bien sabido que el cristianismo siempre mantuvo una posición no sólo crítica sino abiertamente hostil contra la interpretación de los símbolos en el sueño, que es la base de la onirocritica clásica. Sin embargo, con la separación de las iglesias, mientras en occidente se mantuvo firme la oposición a la interpretación de los sueños, en Bizancio tanto por la vecindad e influencia árabe, como por la propia tradición cultural griega, se cultiva la interpretación de los sueños. El contacto entre Bizancio y Florencia en el siglo XV y la difusión de la cultura griega durante el Humanismo florentino, produjo un interés por la interpretación de los sueños, cuyo ejemplo más notable es la obra de Girolamo Cardano sobre los sueños (1562), pero que, en paralelo, colabora en la aparición de una cultura de videntes, uno de cuyos ejemplos es la joven española Lucrecia de León, cuyos sueños son transcritos entre 1587 y 1591 por su confesor, en los cuales se anticipan o narran acontecimientos bélicos o políticos ocurridos alrededor de esos años.

El renacimiento de este interés por los sueños produce una fuerte reacción en contra de la teoría y práctica de la interpretación de los sueños. En particular, la reacción busca cerrar la brecha que mantenía abierta el pensamiento cristiano en torno a los sueños proféticos o verdaderos, considerados mensajes divinos, con la finalidad de distinguir entre charlatanes y profetas. La obra del inquisidor y religioso Lope de Barrientos, Tractado del dormir et despertar et del soñar et de las adevinanças et agüeros et profeçía, escrita el siglo precedente pero con manuscritos en circulación en el XVI, es la fuente de muchas de las ideas críticas contra la idea de que los sueños pueden contener algún mensaje.

Curiosamente, las ideas de Barrientos, de que fisiológicamente los sueños son un desecho del cuerpo tienen eco en Thomas Nash y su Terrors of the night de1594. El argumento principal de los críticos de la onirocrtítica es que las imágenes de los sueños son un excremento de la imaginación, y por lo tanto, sin ningún valor ni sentido.

Lo que resulta interesante observar es que esta descalificación del contenido de los sueños tiene efectos distintos y en apariencia contradictorios. Por un lado, parece haber desacreditado suficientemente la técnica clásica de interpretación de los sueños con base en las imágenes que aparecen en ellos. Es decir, tuvo efectos devastadores -aunque no definitivos- en la interpretación con base en los signos oníricos. Pero este resultado no clausuró el interés por los sueños, ni disminuyó el intento por saber qué podrían querer comunicarnos. En realidad, abrió la puerta a otras formas de interpretación de los sueños. Por ejemplo Thomas Browne en su On dreams (c 1658) escribirá que:

No obstante, los soñantes pueden ser falaces en relación con eventos externos, y sin embargo haber un verdadero significado en casa y por lo mismo más sensato: entendernos a nosotros mismos. El hombre actúa en el sueño con cierta conformidad con sus sentidos cuando está despierto, y consuelo o desánimo puede ser derivado de los sueños, lo que íntimamente nos dice (cómo somos) nosotros mismos.

Para Brown, pero después de él, para muchos estudiosos del fenómeno del sueño, los sueños pueden ser falsos en relación con eventos de la realidad. Es decir, no se refieren a ningún acontecimiento externo, pero pueden ser un vehículo para conocernos a nosotros mismos, pues finalmente, dentro o fuera del sueño, actuamos tal y como somos.

En síntesis: la crítica a la interpretación de los sueños no termina con la búsqueda de su sentido. Por el contrario, deja espacio para indagar por otras formas de intentar comprender el sentido de los sueños.

 

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