Si acaso la filosofía está siendo defendida en México, no es ésta la primera vez. He elegido el breve texto de José María Luis Mora, Rasgo Encomiástico de la filosofía, como parte de una sección en la que propondré quincenalmente textos filosóficos a la lectura y al debate, porque coloca en tesitura mexicana e histórica el elogio de la filosofía frente a sus detractores.
Comentario de Carlos Vargas
Rasgo Encomiástico de la Filosofía
Aunque el estudio de la Filosofía sea tan recomendable y las ventajas que de él resultan al hombre en toda la vida son de tal modo palpables que sólo podrá no sentirlas quien cerrare voluntariamente los ojos a la luz, todavía no obstante son muchos los que bien hallados con su ignorancia, o careciendo de la franqueza necesaria para confesar la superioridad que reconocen en los que han procurado instruirse, se empeñan en deprimir una ocupación tan honrosa al que la profesa, como útil a la humanidad. No pretendo yo hacer la apología de que no pudiendo ser censurado sino por ignorantes, está sólo por este hecho bastantemente defendido; semejante pretensión es tan impropia de la escasez de mis luces, como ajena de la moderación que debe caracterizar a un amante de la Filosofía, o filósofo, que es el nombre con que me honro; sin embargo, como todos debemos poner nuestra piedra en el gran edificio de la ilustración pública, haré algunas reflexiones obvias para hacer ver su importancia y necesidad.
En efecto, ¿qué es la Filosofía? Sólo su definición es su mayor elogio. Es, dicen a una todos los sabios, el conocimiento de todas las cosas comprendidas dentro de la esfera del entendimiento humano. Y ¿cómo podrá dejar de ser útil un conocimiento tan vasto y universal? ¿Un conocimiento que según el grado en que se posea hace al hombre árbitro y señor del universo, sujetando a su poder todos los seres visibles? Sólo quien haya depuesto todos los principios de la razón natural podrá dar la respuesta negativa.
¿Qué cosa hay tan difícil que no alcanza un verdadero filósofo? No el buen uso del raciocinio que debe acompañar al hombre desde la cuna al sepulcro, pues éste lo enseña la Lógica; ni las leyes de la naturaleza material, pues yo veo que a la voz de Newton y de Copérnico los astros describen sus órbitas sin salir un punto de los límites que les tienen fijados; que a la dirección de Colón y Vasco de Gama un débil barco engolfado en mares inmensos, tempestuosos y desconocidos, triunfa del furor de los vientos y de la braveza de las olas, descubre países inmensos y desconocidos, por cuyas riquezas y productos se ha fomentado el comercio que suaviza las costumbres, desterrando los usos bárbaros de que abundan todas las naciones aisladas.
A la Filosofía se debe esta multitud innumerable de máquinas, que facilitando las operaciones de la industria y cargando a la naturaleza el trabajo que el hombre debía llevar, ha multiplicado aquellos productos que sirven para satisfacer sus necesidades proporcionándole toda clase de comodidades y los ha llevado a un grado de perfección tal, que sólo un hombre irreflexivo podrá dejar de admirar. Por medio de la Filosofía el hombre penetra las entrañas de la tierra y señala el punto fijo que debe equilibrar la pesantez de los cuerpos que la componen; ella misma lo eleva a las regiones etéreas y lo pone en estado de valuar con exactitud y precisión el volumen, masa, densidad y distancias respectivas de esos grandes cuerpos que giran sobre nuestras cabezas. Pero ¿qué suponen los esfuerzos del ingenio en la indagación de la verdad, comparados con los que se emplean en la consecución de la virtud? Pues éstos se deben igualmente al estudio de la Filosofía. Recórrase la historia de Grecia y Roma y se hallarán innumerables ejemplos de amor patrio, fortaleza, magnaminidad y desinterés debidos todos al estudio reflexivo que fomentó el amor de las virtudes. Se verá en Grecia a un Foción, un Arístides, un Sócrates y un Platón sacrificarlo todo, hasta su propia existencia, a la utilidad de sus semejantes y al amor de la patria; Roma presentará un Camilo, un Atilio Régulo, un Catón, un Bruto y un Cicerón, que quisieron antes morir sepultados en las ruinas de su patria, que sobrevivir disfrutando los honores y recompensas con que pretendía comprar el sacrificio de sus deberes el tirano vencedor… ¿Pero a dónde voy? Sería imposible hacer una enumeración exacta y cabal de las innumerables ventajas que al mundo ha procurado la Filosofía, baste decir que ella enseña el modo de indagar la verdad y de practicar la virtud. Yo, pues, convencido por estas razones del provecho personal que podía resultarme de la dedicación a ella, he impendido el tiempo de muchos años en escuchar su voz y grabar sus preceptos en lo más íntimo de mi alma.
José María Luis Mora. “Rasgo Encomiástico de la Filosofía”. En Obras sueltas. México: Porrúa, 1963, p. 605 – 606.
Comentario
Del texto de Mora vale la pena detenerse, primero, en la dificultad de argumentar a favor de la filosofía frente ignorantes que la atacan porque éstos, al ser ignorantes, serían incapaces de comprender el argumento a favor de la filosofía.
La posición de Mora supone una doble exclusión: la de la filosofía por los ignorantes, la de los ignorantes por la filosofía. Mora no busca ni propone puentes. Y el texto no consituye un díalogo, sino un monólogo. Mora habla sólo a los saben de los bienes de la filosofía. A los otros, sólo si quieren escuchar o si están dispuestos a aprender. Si están dispuestos, pues a reconocer el valor de la filosofía.
El segundo es el elogio mismo de la filosofía. Mora le atribuye a ésta una utilidad extraordinaria: es todo el conocimiento humano. Y a ella se le debe, en consecuencia, todo fruto de éste: todas las máquinas y los progresos, la mejor forma de comprender al mundo, el modo de encontrar los equilibrios, la mejor mandera de vivir.
La atribución es tan desmsurada que asombra. ¿Exagera? ¿Toma crédito de lo que no le corresponde? ¿Asigna al filósofo un papel que los desborda? En todo, caso, ¿cuál es el punto de describir así la utilidad de la filosofía? A lo mejor, sólo establecer un territorio: nada que sea verdadero cae fuera del territorio de la filosofía: cualquier ataque a ésta, sólo puede venir de lo que no es ésta: la ignorancia.
Concluye, sin embargo, con lo único en que estoy de acuerdo con él: la filosofía enseña “el modo de indagar la verdad y de practicar la virtud”. Porque fomulada así, la filosofía no demarca un territorio de fronteras intransitables, sino una enseñanza significativa, para cualquiera que quiera recibirla.