Ernesto Priani

Asterix y los pictos, una reseña

Tuvieron que pasar varios años. Ocho desde el polémico El cielo se nos viene encima; doce desde Astérix y Latraviata, para que hubiera un nuevo Astérix. Su salida fue un tanto sorpresiva para los que no estamos enterados de las dificultades legales y creativas que impidieron la aparición de nuevos episodios de los héroes galos. Además, tardó casi seis meses en llegar a México después de ser publicado en español. Pero tras esa larga espera, por fin, y con mucha emoción, tuve en mis manos, esta misma semana Astérix y los pictos.

La mayor novedad de este episodio es que no es escrito o dibujado por Albert Uderso, quien junto con René Goscinny, muerto en el lejano 1977, creó los personajes. Detrás de Asterix y los pictos está Jean-Yves Ferri y Didier Conrad, al parecer dos importantes creadores de obras gráficas. Para un emocionado conocedor de Astérix como yo, la expectativa estaba en ver cómo trataban a los personajes y cómo construían la aventura. Qué tanto de Astérix, y de qué Astérix encontraríamos en este episodio.

Confieso que el viaje de Astérix y Obélix al país de los pictos no me desilusionó, porque el solo hecho de que siga habiendo nuevos álbumes me llena de alegría, pero lo encuentro demasiado parecido, en estructura y en trama, a La gran zanja, el primero de las aventuras firmada solo por Uderzo. Quiero imaginar que el propio Albert Uderzo supervisó la historia y, por ello, la narración y la perspectiva sobre Astérix se parece a la que él desarrolló después de la muerte de Goscinny.

En lo personal, siempre he encontrado la narrativa de Uderzo muy por debajo de la de Goscinny. Sus historias no son muy imaginativas y en ellas se hace evidente la falta de conocimiento -yo diría de erudición- sobre el mundo romano, del que hacen gala los guiones de Goscinny como Astérix y Cleopatra, por solo mencionar uno de los más brillantes. Como en otras aventuras creadas por Uderso, en Asterix y los pictos se nota esa ausencia de conocimiento profundo y de humor irreverente a partir de toda esa erudición, y hay personajes cuya caracterización se diferencia de los demás, pues los “enemigos” tienen rasgos animales exagerados -un color incluso distinto de piel, que solo aparecen a partir de La gran zanja, y que son síntoma de una simplificación narrativa.

En suma, esta todavía es una historia uderziana de Astérix, con sus limitaciones, sus obviedades, sus chistes superfluos y su tendencia a tratar a los guerreros galos, como personajes de Disney. Pero hay que celebrarlo. Astérix promete tener nueva vida y nuevas aventuras. Con el tiempo, muy probablemente, irá apareciendo una nueva etapa en la historia de esta serie que, en lo personal, ha definido mi relación con la cultura clásica.

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